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Blood Feast


Esta es la historia de dos tipos listos, con poco arte y muchas ideas, que se encuentran en el lugar adecuado en el momento oportuno. Dos que, con un presupuesto de 24.500 dólares, hacen una película fea en todos los sentidos pero que hace historia en el cine. Del cine de terror, por supuesto. Splatter, para ser precisos.
Los dos son, por supuesto, Herschell Gordon Lewis, ya director de unas cuantas películas de desnudos y nudistas, que entabla amistad y empieza a colaborar con David Friedman un astuto productor de películas de serie b.
Ambos rodaron en 1963 Blood Feast en seis días en el Suez Motel de Miami Beach, lo que se considera el progenitor del cine splatter y que se presentó el 6 de julio de 1963 en el Bel Air Drive-In de Peoria, Illinois.
La película es un éxito. Gana entre 7 y 30 millones de dólares. Nunca se sabe con exactitud. Se sabe, muy bien, sin embargo, que es la primera película que pretende atraer al público con escenas de sangre y violencia baratas. Muy barata, como todo lo demás. Porque Blood Feast es una película muy mal hecha, muy mala. Una historia absurda con un ritmo muy lento acompañada de una dirección muy, muy, simple y una interpretación inexistente. Mala. Muy mala.
"Nada tan impactante en los anales del horror" destaca el cartel de la película que además tiene la suerte de llegar en un momento en el que la censura americana está distraída. Pero más allá de su fealdad objetiva Blood Feast ejerce cierta fascinación, no sólo por su importancia histórica, sino también por sus colores saturados, su ambientación sesentera con buenas familias americanas y, sobre todo, por esa sangre roja brillante que acompaña a varios despojos que el psicópata de turno saca de los cadáveres.

Fu'Ad Ramses (Mal Arnold) es un comerciante/restaurador egipcio que es contratado por la señora Dorothy Fremont para la fiesta de su hija. Ramses promete un lujoso menú que esconde horripilantes asesinatos de mujeres jóvenes, completados con la extirpación de partes del cuerpo. Todo es para preparar un ritual para resucitar a una antigua deidad egipcia.
Al final, triunfa el bien y nuestro villano de turno acaba grotescamente descuartizado en un camión de basura. Un final perfecto para una película de pacotilla.